Cuando trabajamos con directivos, uno de los conceptos que más se suele mencionar es el de «liderazgo». Este principio, además de resultar extraordinariamente amplio, está sufriendo fuertes cambios en la última década.
Las organizaciones cada vez son más orgánicas y tratan de abandonar las estructuras rígidas, lo que provoca que los líderes tengan que ser algo parecido a «semidioses». El líder 4.0 deberá ser, por consiguiente, amigo, compañero, jefe, protector, y al mismo tiempo, rendir resultados.
A mí me parece que la única forma de llegar a ese tipo de liderazgo es ofrecer la mejor versión de nosotros mismos y para ello, considero que estos nuevos líderes deberán contar, entre sus nuevas habilidades, con la intuición como arma secreta.
Para desarrollar esta habilidad, considero que el primer paso es tratar de hacer un buen desarrollo personal trabajando holísticamente cada uno de nuestros ámbitos vitales. Por otra parte, creo que hay que aprender a desarrollar más y mejor nuestra capacidad de observación y prestar más atención a los pequeños detalles, las interrelaciones personales del equipo, la cusa-efecto, pero todo esto intentando evitar que entren en juego los prejuicios.
Otra gran habilidad que nos puede ayudar a desarrollar la intuición es la empatía, ponernos en los zapatos del otro para ver cómo nos sentiríamos y poder así percibir emociones y estados de ánimo que quizá más adelante puedan servirnos de ayuda.
Así mismo, esta nueva generación de líderes deberá fijarse en su propia «inteligencia emocional» y en cómo se sienten delante de las múltiples situaciones cotidianas, será a sí como poco a poco irán entrenando su intuición convirtiéndose en personas más receptivas.
Por ahora, cero que nos hallamos a las puertas de poder empezar a hablar de la intuición con tranquilidad, sin tener que recurrir para ello a mundos mágicos ni oníricos. Poco a poco, es posible, que entre todos logremos a usarla con medida y ya, con el tiempo, quién sabe si será una habilidad más que poder mostrar en los currículos.